domingo, 13 de febrero de 2011

EL BRILLO DE LA MUERTE (De "El Largo Camino de las Cercanías")






EXORDIO

En la noche

pisaré tus huellas

y de la tierra

emanará el leve perfume

de las brillantes uvas de la muerte

GV

En cada una de las noches que duraron las siete guerras, contemplé desde la torre de mi palacio el brillo de la muerte. Refulgía entre los astros como una antorcha azul y al amanecer, el horizonte se teñía de sangre: violeta, la de aquellos que no hubieran deseado morir; roja y vibrante, las de quienes sentían el filo de los alfanjes en sus carnes, como el encuentro con una mujer desnuda en medio de la noche.

Muchas fueron las batallas en las que participaron los hombres de mi pueblo y en todas, ejércitos propios y enemigos, marcharon a la batalla con la certeza de ser los elegidos del cielo; en un bando y en otro, los profetas entonaron cantos de victoria y las pitonisas describieron visiones de reyes coronados con las estrellas de la noche. Los sacerdotes diseñaron paraísos para los guerreros que morían en combate; fértiles llanuras donde abundaba el vino y las mujeres hermosas; donde las plantas crecían sin que nadie haya sembrado; donde una fruta cortada de los árboles se multiplicaba por mil; paraísos cuyos atardeceres brindarían lluvias de copos blancos, deliciosos como nieve azul y azucarada.

Y así he visto a los soldados marchar gozosos al desastre; a las madres reír alborozadas al conocer la muerte de sus hijos; a los ancianos bendecir las masacres y convertir en fiesta los brumosos campos de batalla. Sólo yo, desde la torre de mi palacio, contemplaba noche a noche el brillo de la muerte, fascinante como la carcajada de un moribundo.



La mañana en que terminó la guerra, mis generales llegaron a la cámara real para presentar los informes de la victoria. La muerte, que había brillado durante años, como el fijo reflejo de un sol perpetuo, se desplegaba en tonos mates sobre gestos y rostros triunfales. El mariscal, de baja estatura, con el torso lleno de medallas y pendones, levantó un vaso de vino y con voz de borracho brindó tres veces por mi gloria eterna; al hacerlo, arrojó en mi rostro espesas nubes de aliento y ardientes gotas de saliva. En las largas épocas de paz, hubiera castigado esa conducta con el destierro o con la muerte, pero la guerra licuaba las cosas, los seres y alteraba el protocolo. Debía acceder a su borrachera, a sus miradas torvas para evitar la Rebelión de los Guerreros, aquella que afrontara mi bisabuelo y que casi cuesta la caída de la dinastía.

Según los informes de los generales, la victoria era total; en las calles, todos celebraban el fin de las batallas, con cantos, guirnaldas y ejecuciones de enemigos y traidores. El reino había crecido y las riquezas llegaban al pueblo, blancas, abundantes, prometedoras como las grullas en la primavera.

En las guerras que condujeran mis antepasados, los campesinos tomaron las armas para defender la tierra y al terminar la contienda, volvieron a los arados. Ahora los veo desfilar desde la ventana del sur; son pocos los que han amarrado cintas a las horquillas y la mayoría, vestidos como en los días de fiesta, han dejado para siempre los instrumentos de labranza. La enorme caravana corre hacia el crepúsculo como un vientre oscuro, emancipado del cuerpo y lleno de lejanías.

Más allá, esperan los vencidos. En sus cielos rojizos, los pájaros negros vuelan hacia atrás; quizá, luego de milenios, sean ellos los vencedores y retornen triunfales, pero ahora están a merced de mi pueblo y el brillo de la muerte ha descendido del cielo para alojarse en nuestros aceros. Algunos degollarán a sus hijos en zanjas oscuras y sangrientas, para evitar ejecuciones deshonrosas. Otros intentarán huir hacia el este, con la esperanza de atravesar la cordillera del sur, pero los matarán las tormentas o los monstruos que habitan los picos solitarios. La mayoría se arrodillarán implorando a sus dioses un milagro, mirando hacia el norte con un dejo de esperanza que se prolongará hasta un momento antes de la muerte.

Los generales me piden que los deje dirigir los saqueos. Sé que esperan hinchar sus vientres de monedas y cuando revienten los ombligos, tomarán las armas contra mí. En otra época, mi bisabuelo los escuchó murmurar en sueños “Hay que asaltar el cielo y de ese modo pudo detener la rebelión. El augur me dijo que la depredación no tendrá límites. La iniciará mi pueblo en las ciudades enemigas y desde allí la dirigirán contra sí mismos. Mi persona real y el palacio son lo más íntimo, lo más elevado que tienen; mi tiempo es distinto al de ellos, pero lo sostiene y le da sentido. Yo soy el cielo y a veces mi sabiduría llueve sobre los súbditos para conducirlos a la victoria, no sólo en la guerra sino en la paz. Si decidieran destruirme, sería el inicio de sus propias muertes.

Con un movimiento de mi cetro, autorizo a los generales a hundirse en las riquezas. La guerra disuelve todas las cosas y postularán la clemencia practicando la inclemencia; sus discursos sobre la bondad traerán iniquidad; el reflejo dorado del sol del atardecer, se convertirá en un destello sucio, aunque los dioses que anuncian la llegada de la noche, entonen himnos sobre el fragor de sus brillos.




Se ha perdido una generación de hombres; viudas y madres solitarias lloran su dolor y no puedo negar el derecho del saqueo. Es la fiesta turbulenta que llega luego de la penitencia de la guerra; el rayo cegador que confunde el brillo del oro con los goces celestes.

Tan sólo quedarán en los arrabales las mujeres oscuras, moliendo maíz para sus dos comidas diarias; los niños con vientres abultados, recogiendo hojas para quemar en las fogatas del atardecer. En mi pueblo son muchos los que mueren al nacer y lo hacen en silencio; el arte de la agonía es un acto cotidiano, opaco y duro como las piedras de los senderos reales. En su miseria, los súbditos más humildes, dejan las labores tres veces en el día y se prosternan hacia la torre azul de mi palacio. Pueden ver mi tiempo, colgando de los alfeizares como tapices secándose al sol. Ellos no sueñan con ocupar mi lugar. Saben que haber llegado a esta existencia gris y sucia es un privilegio y que mi tiempo intacto, claro como el sol del verano, lo ha permitido. Ellos no sueñan con la rebelión; yo habito en el cielo y si lo invadieran, caerían las estrellas.

Cuando cae la tarde los veo por las ventanas de la cúpula del este. Desde allí parecen insectos, moviéndose con lentitud junto a los arroyos que desembocan en el río. De mí dependen sus bendiciones o sus desgracias y muchos creen firmemente que cuando el universo gire un ciclo, ellos también serán reyes silenciosos, solitarios, recibiendo del cielo la misión de mantener a otro grupo de miserables; de conocer cada una de las historias y decidir las vidas o las muertes con un movimiento de ojos o de manos

Me repito una vez más que las guerras han terminado y lo ratifica el levísimo gemido de los muertos que llega como un perfume desde los campos de batalla. Camino por la galería del sur; es de mañana y el ruido de mis pasos suena con un extraño eco. Por primera vez estoy solo en el palacio. Hasta el último de los criados se ha marchado en busca de riquezas y me dirijo a la cámara donde conservo mis atributos reales.

Cubro mis hombros con el manto rojo al que recorre una estola negra; su caricia me protegerá de los vientos del norte como un animal poderoso y amable. Lo bordaron doce doncellas que ordené decapitar al terminar el trabajo, para asegurar que aquella prenda, destinada al rey, fuera la única obra de sus vidas.

Tomo mi corona de oro macizo; mi padre la hizo forjar por siete herreros y el oro fue recogido en las campañas contra los pueblos del sur. Recuerdo sus palabras cuando me la entregó: Hemos matado a muchos para obtener este metal. Nada se obtiene sin que alguien muera por ello. El edificio más fuerte es el que tiene un cadáver en sus cimientos. Siempre me estremezco al sentir las vértebras de mi cuello, acomodándose para sostener su peso. Si no eres digno de ella — añadiría mi padre — su peso te arrastrará a los infiernos.


Recojo el tercer atributo real: la esfera azul que representa el mundo. Construida en nácar por los orfebres del reino, representa mi comarca y las tierras que se encuentran más allá de los límites.. Observo la línea tenue de los continentes conocidos; todas las tierras son mías, aunque en ellas gobiernen otros reyes, aunque los habitantes no hayan escuchado nunca de mi real presencia. Mi reino es el centro del mundo; mi aliento es el viento que corre por sus llanura; mis lágrimas la lluvia que abona sus campos y mi palabra el retumbar de sus truenos.

Con mis atributos subo los escalones gastados y llego a la terraza, colmada de minaretes y torres. Me escoltan una lanza desgastada por la lluvia; algunas piedras arrojadas en el último sitio; ballestas silenciosas e inmóviles rodeadas de huesos y de pájaros. Todo recuerda la guerra que ya no llena los ojos de los soldados ni envenena el tiempo. A lo lejos, las nubes se han opacado y no reflejan el brillo de la muerte. Los enemigos no surgirán del horizonte, pero yo sigo alerta.

El sol brilla entre nubes azules. La brisa del sur, huele a flores; un canto solemne resuena silencioso en el cielo y se detiene el piar de los pájaros. Es la primera vez que el castillo está solo. No se escuchan los pasos apagados de los criados, el murmullo impaciente de los edecanes ni las órdenes lejanas de los generales. El silencio es una niebla brillante que se cuela por los intersticios de las piedras; un bloque apretando mi pecho y llenando mi nariz de tibios gusanos. Mi mano venció a los enemigos, pero ahora triunfa la angustia del silencio; la paz de la tarde me apunta con sus lanzas y me obliga a marcharme de mi torre con la corona ladeada, los hombros bajos y en mi pecho un rumor de barcos y puertos.


INXORDIO

Andaré en la mañana

El largo camino de las cercanías



Gocho Versolari

Registro Derechos de Autor - Colombia 2011 - Nº 1-2011-6190


2 comentarios:

  1. Señor poeta:

    Me agradó lo que leí. Pero en especial: El silencio es una niebla brillante que se cuela por los intersticios de las piedras... me parece una forma hermosa de hablar de la muete.

    ResponderEliminar
  2. ¡Que singular forma de describir la guerra y las bajezas humanas!.

    Me gusta mucho esa forma tuya de contar las cosas, que me recuerda mucho al Realismo Mágico de García Marquez. Tu prosa sigue siendo poesía pura, y al igual que tu poesía sigo viendo en ella, la mezcla de los masbello, sensual y espiritual contrataando con lo mas frío, tetrico y desgarrador de la vida. Siempre contando una historia dificil de entender, como la propia vida, con una especie de sin sentido en su conjunto, pero que a la vez la sobreentendemos como algo natural y normal. es como un sueño que no tiene sentido pero que se imagina por su parecido a la vida real y las frases de tus creaciones son como pequeñas piezas del puzzle que componen la vida, o los sueños. A mi es así como mne llega.... Tu me dirás si cuando escribes sientes algo de lo que a mi me llega...

    Abrazos Versolari

    Marta

    ResponderEliminar