Jean-Baptiste Chardin
Un conejo muerto y pájaros
El samsara es un conejo
me dirá la diosa con rostro de adolescente, largos cabellos y labios aún manchados por la ambrosía.
Busco su madriguera
y cada minuto de la tarde
se convierte en un kalpa
y el conejo entra y sale,
blanco torpedo
sobre la sábana verde del crepúsculo.
La diosa me mirará con sus ojos verdosos y grises y amanecerá en la antesala de mi muerte, momento en que los dioses descienden para decirnos aquello que pudiera haber sido útil en la vida.
El sanmsara es un conejo
- repetirá la niña diosa con una carcajada azul -
entra y sale
y cuando parece engullido por la tierra
lo vemos escapar por túneles
en los que el cielo lleva el agua de las noches
a través de la tierra.
El nos dice que las rocas viven
pero a veces lo olvida
y juguetea a lo largo de las eras
hasta que muere
por comer pasto envenenado
o su cuerpo se derrumba
y cae desde la altura inmensurable
que va de su cabeza
a la tierra fresca de la mañana.
En sus últimas palabras, la diosa deberá gritar junto a mi oído para hacerse escuchar por encima del estertor. Llevaré su armónica voz a la otra orilla.
Salta el conejo;
desde sus ojos amarillos
se despliegan los amaneceres de los mundos
donde volverás a correr
donde las noches
te dirán tus secretos, la palabra olvidada...
Sólo veré los labios de la diosa y una barca parecerá llevarme por un río ensangrentado. Al marcharme, amanecerán cormoranes en el mundo cuadrado de la muerte.
Gocho Versolari